Érase una
vez un pequeño niño preescolar llamado Javier, sus padres le llamaban
Javiercito el preescolar y era el pequeño niño preescolar más feliz del mundo.
Una tarde, Javiercito estaba
jugando con su amigo imaginario, Ernesto, a que los dos eran gigantes mutantes
destruyendo todo lo que tocaban. Lamentablemente para ambos, Ernesto rompió un
florero de la madre de Javiercito, ganándoles un seguro regaño muy fuerte.
La madre de Javiercito era una doctora
estresada, agobiada por una depresión y crisis nerviosa que conlleva tener un
hijo pequeño con imaginación peligrosa, pero una mujer astuta. Esta vez fue
paciente con Javiercito y Ernesto; Les dejó irse con una advertencia, solamente
con romper otra cosa en la casa les concedería el deseo de ser monstruos
gigantes mutantes, ambos se fueron pensando que habían tenido suerte, pero
cuando doblaron el pasillo camino a su habitación, Ernesto volvió a romper un
florero. Con miradas de verdadero pánico, aceleraron el paso a esconderse
mientras la madre de Javiercito miraba silenciosamente con una sonrisa macabra
en el rostro.
Un par de días pasaron, y
parecía que la horrenda maldición que les había causado terror no era tan
importante, pues no parecían estarse convirtiendo en un par de mutantes.
– ¡Mira, Papá dejó su guitarra y su maletín
en la sala! – Dijo Javiercito emocionado.
– ¿Por qué no me dibujas mientras poso como
estrella de Rock? – Continuó Ernesto.
Y mientras se disponían a dejar salir su lado
artístico, Javiercito se dio cuenta de que la guitarra sonaba bastante bien
para ser tocada por un amigo imaginario. Perdido en sus pensamientos, no se dio
cuenta de que su dibujo estaba resultando en un retrato muy detallado.
Asustado, salió corriendo con elegancia y al
llegar a su cuarto pensó que su equilibrio había mejorado y que la mejor manera
de saber qué ocurría era cuestionar a su madre directamente, no quería que se
asustara de ver a su hijo convertido en una cosa del demonio. Buscó sus zapatos
e intentó hacer que entraran, pero no lo hicieron, estaba aterrorizado por la
idea de estarse convirtiendo en un monstruo gigante, y el notar que estaba
razonando mejor enredó aún más su cabeza. Le pidió a Ernesto que se probara sus
zapatos para ver si a él tampoco le quedaban.
– No estoy seguro de que estemos creciendo,
quizá el mundo se está encogiendo – Dijo el pequeño imaginario mientras
intentaba con fuerza ponerse su zapato.
– Tonterías, algo malo está pasando y si
seguimos mutando así vamos a destruir el mundo. No quiero que todos mueran todavía,
apenas es viernes – Dijo asustado Javiercito, mientras la facilidad de palabra
sorprendía a Ernesto, quien aún no podía ponerse el zapato.
La única
solución para evitar un desastre mundial parecía ser pedirle a la madre
de Javiercito que deshiciera las palabras que los habían condenado, y así
hicieron los pequeños. De manera atenta y formal, solicitaron volver a sus
vidas anteriores.
– No – Dijo la madre de Javiercito. – No
puedo revertir esos cambios. Pero no hay por qué preocuparse, no creo que la
pubertad sea tan entretenida –.
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